El cine tiene un problema filosófico.
La pandemia del 2020 encerró a todo el mundo en sus casas. Antes pasaron cosas similares. Pero ahora, con la tecnología, fue la excusa perfecta para dar el paso desde el mundo físico hacia el mundo virtual.
Mientras estuvimos encerrados aprendimos que no necesitamos ir a los lugares reales para realizar nuestro trabajo o tener reuniones con otros humanos.
Empezamos a vivir encerrados en cuatro paredes, pero con una ventana digital que daba hacia el “mundo”.
Y el cine, que antes se proyectaba en una sala con otras personas y en una pantalla gigante, se transformó en una distracción que era parte de esa ventana digital: Las pantallas de un celular, una computadora o una televisión de alta definición.
El problema filosófico del cine es que tal vez sea la única esperanza que nos queda para salir de nuevo al mundo real.
Porque la gente se volvió tan cínica que le parece estúpido dejar la casa para hacer algo que puede hacer encerrado.
El cine está en la cuerda floja entre las actividades que no son esenciales y las cosas que hacemos para sobrevivir. Porque parte de la supervivencia es soñar. Y nada se acerca más a los sueños que el cine.
Ir al cine no es lo mismo que ir a la playa a tomar el sol o bañarse en un río.
Porque esas son actividades que no requieren de otros humanos.
Y encerrarnos en nuestros cuartos para ver películas en pantallas de teléfonos no es una decisión. Es una imposición.
Es dejar que la comodidad y el miedo ganen la batalla sobre los sueños y el riesgo.
Y para llegar aquí nos arriesgamos a todo. A pelear con animales salvajes, a cambiar la forma de la tierra y a pelear contra el dolor.
Y todas esas fueron actividades que las hicimos junto a otros humanos.
El cine requiere de una sala llena de otros seres humanos.
Con el cine teníamos la opción de decidir. No hacía falta salir para ir a un cine, pero íbamos. Elegíamos ir.
No era una necesidad.
Para mí que eso era la libertad y ya no nos damos cuenta.
Por eso los cineastas del futuro tienen que ser tan buenos que nos den una excusa para salir de estas cuatro paredes en las que estamos encerrados.
Es su responsabilidad ser tan buenos que nos saquen de la cueva. Donde todo es seguro y los gérmenes no matan.
Los cineastas del futuro tienen que recordarnos que la muerte es parte de la vida y que vivir con miedo nos transforma en esclavos.
La gente tiene que decir: «Esta película merece una pantalla gigante, un sonido envolvente, palomitas de maíz y refresco».
Cosas estúpidas desde el punto de vista de una persona que está enfrentando la muerte. Pero ese es el punto.
Si no salimos por esas cosas estúpidas, no vamos a salir por nada. Porque lo que está al otro lado de la pantalla gigante y las palomitas es la vida real, llena de miseria y dolor.
El cine era aquello que nos recordaba lo que era la vida. ¿Cuál es el punto de solo alimentarse de entretenimiento barato en una pantalla de 15 cm?
Si toda la gente se rinde a ver películas en celulares y computadoras, o peor, en cascos virtuales, la batalla por la libertad estará perdida.
Será tan fácil controlarnos de esa manera.
Y hacia allá vamos.
El cine es lo único que puede salvarnos.
Pero no tengo esperanzas.