Johann Wolfgang Von Goethe relató en una carta, que su amigo, el escritor Friedrich Schiller, escribía con manzanas podridas escondidas en el cajón de su escritorio.
Sí, Schiller, el poeta y filósofo del clasicismo de Weimar, sabía cómo escribir drogado con manzanas podridas
La historia dice así:
Un día Goethe visitó a Schiller en su casa.
Estaba revisando algunos libros del estudio mientras esperaba que su amigo despierte, cuando se le ocurrió una idea para un poema.
Se sentó en el escritorio de Schiller a escribir. Mientras estaba en medio de la inspiración poética, un rancio olor a vinagre con huevos podridos le provocó nauseas.
La idea del poema desapareció en medio de una arcada y empezó a buscar la fuente del olor. Aspiró el aire en distintas partes del escritorio como un perro buscando drogas. Cuando abrió uno de los cajones, se topó con lo que un día había sido una libra de manzanas y ahora era una maza blanda de tubérculos babosos. El olor venía de un líquido amarillento que supuraba la piel rota de las frutas.
Goethe contuvo el vómito y salió corriendo del estudio; gritando para llamar la atención de la esposa de Schiller.
Cuando al fin pudo tomar aliento suficiente para hablar, informó a la mujer sobre lo que había encontrado en el estudio, como si se tratara de una visión del inframundo.
La esposa de Schiller, que al inicio tenía una expresión de preocupación, fue cambiando su semblante a la de las esposas acostumbradas a las estupideces de sus maridos.
Cuando Goethe terminó su queja, ella respondió que sí, esas eran las manzanas de su esposo. La conversación transcurrió más o menos así:
– ¿Las manzanas de tu esposo?.- dijo Goethe, aún agitado.
– Que sí, hombre, que sí. Son las manzanas podridas de Friedrich para escribir drogado.-
Con mucha calma, casi como si fuera la vez número ocho mil setecientos treinta y cinco que lo hacía, explicó al conmocionado Goethe, que su marido tenía la manía de hacer podrir las manzanas para luego guardarlas en el cajón del escritorio.
– ¿Pe– pe– pero porqué?.- dijo Goethe con voz aguda.
– Porque es un idiota, por eso.- dijo la esposa de Schiller y se retiró de vuelta a sus aposentos.
Goethe se quedó ahí, con la boca abierta, preguntándose si en verdad su amigo sería un idiota.
Friedrich Schiller tenía el hábito de escribir en las noches, porque decía que así nadie lo molestaba. Esperaba a que todos en la casa estuvieran dormidos, tomaba un par de velas, las ponía a los lados de su escritorio y tomaba papel y pluma.
Escribía y luego de una hora de estar en silencio, a media luz y realizando una actividad que exigía alta concentración, el joven Schiller empezaba a sentirse somnoliento. Se levantaba, iba a la cocina, tomaba un envase grande de agua helada, regresaba a su estudio, se quitaba los zapatos y las medias nylon que usaban en esa época; colocaba el envase de agua helada debajo de su escritorio y metía los pies.
El repentino cambio de temperatura lo hacía lanzar un chillido ahogado, pero más importante aun: lo despertaba… por unos diez minutos. Luego empezaba otra vez a quedarse dormido sobre el escritorio. Despertándose en intervalos cortos donde seguía escribiendo.
Para no sucumbir al sueño de nuevo, se levantaba de la silla y daba vueltas al estudio, leyendo lo que acababa de escribir.
Los vecinos odiaban al joven Friedrich por que se ponía a recitar epopeyas a las tres de la mañana con voz de tenor, gritando como un maníaco. Reventándose a chirlazos la cara. Yendo a la cocina de nuevo a prepararse enormes tazas de café que mezclaba con sorbos de vino de chocolate.
Schiller estaba tratando de mantenerse despierto a toda costa.
Cuando el cielo se ponía violeta, se retiraba a su cuarto y se quedaba dormido como una piedra, completamente exhausto; hasta las diez de la mañana del siguiente día.
Schiller estaba viviendo una contradicción.
Nuestro cuerpo está programado naturalmente para dormir en las noches. Cuando los receptores de los ojos dejan de recibir luz natural, el cerebro emite una hormona llamada melatonina que es la encargada de producir somnolencia.
Además el ambiente silencioso es ideal para provocar el sueño, mucho más si está acompañado de una tenue luz de vela. De hecho uno de los métodos de relajación más efectivos, es observar una vela durante un tiempo determinado.
Luego están los detalles como el vino de chocolate.
El vino es un sedante natural, pero el chocolate tiene flavonol, este es un componente que mejora la circulación sanguínea al cerebro e incluso, estudios recientes han comprobado un aumento en la fluencia verbal si se usa en cantidades adecuadas.
Cuando Schiller metía los pies en agua helada, temblaba de frío, los músculos de su cuerpo empezaban a contraerse y expandirse, para crear energía calórica.
Y sí, en un inicio esto lo despertaba de golpe, pero luego de unos minutos estaba tan exhausto que su cerebro le pedía a gritos que lo deje descansar un rato.
En este punto se tomaba una gran taza de café para contrarrestar todo el sueño que el mismo se había provocado, y así, finalmente, llegamos al centro de esta historia: ¿cómo hacía Schiller para escribir drogado con manzanas podridas?
Schiller le confesó a su amigo Goethe que las tenía en el cajón porque no podía escribir sin olfatear su pestilente aroma. Como un cocainómano no puede vivir sin romperse los tabiques de tanto aspirar su sagrado polvo.
Cuando una manzana se pudre, las bacterias que se alimentan del azúcar secretan gas Etílico. Ese y otros gases son los que dan el olor putrefacto a las manzanas descompuestas.
¿En qué más se usaba el gas etílico?
Era un conocido método de anestesia. Una variación del gas etílico era usado por doctores de la época victoriana para dormir a sus pacientes antes de amputarles una pierna.
Schiller estaba haciendo todo lo posible por no quedarse dormido… ¡Usando métodos para quedarse dormido! Luchando contra su alma, como en una tortura de una de sus obras de teatro.
La privación de sueño es una de las técnicas más antiguas de tortura.
Hay un estudio realizado por la científica rusa Maria Manaceina en el que privó del sueño a diez cachorros para probar las consecuencias de no dejar descansar al cerebro; el resultado fueron diez cachorros asesinados cruelmente. Para estar segura, trajo seis cachorros más, despertándolos cada vez que estos querían dormir un poco. Luego de 96 horas los seis cachorros murieron también.
La privación de sueño era además, uno de los métodos preferidos de los gobiernos comunistas, porque tenía un altísimo grado de efectividad y no dejaba cicatrices o signos aparentes de que el sujeto haya sido torturado.
Schiller era famoso entre sus conocidos por tener una constitución débil y una predisposición a enfermar frecuentemente. Y a pesar de preocupaciones y consejos de amigos, nunca dejó de practicar su extraño ritual de escritura. Murió a los 45 años, posiblemente por la acumulación de toxinas y el constante estrés al que sometía a su cuerpo. Las consecuencias de saber cómo escribir drogado con manzanas podridas.
Entonces ¿Qué estaba haciendo Schiller?
Schiller se estaba drogando para escribir. Específicamente estaba usando una mezcla de depresores para desinhibirse. En este sentido, se acerca en su propósito al cliché del escritor alcohólico que debe estar borracho para escribir, pero se aleja creativamente en el método para alcanzar ese propósito.
Al inhalar el gas de las manzanas podridas Schiller estaba suprimiendo los centros inhibitorios del cerebro con la finalidad de apagar la parte que razona e impide que te comportes como un idiota.
Si estás en un avión a 4,000 metros de altura, la decisión razonable sería no saltar, porque en lo que a tu cerebro respecta, tu cuerpo va a triturarse contra el piso. Para perder el miedo a saltar, o mejor dicho, para que asumas la valentía de saltar al vacío, debes suprimir tu centro inhibitorio.
El mejor y más antiguo desinhibidor es el alcohol.
Muchos soldados en la antigüedad se emborrachaban antes de enfrentarse en el campo de batalla, porque nadie en su sano juicio querría ir a cortarse las piernas y atravesarse con espadas los intestinos.
El caso más mundano es cuando eras adolescente y recurrías a elevar la cantidad de alcohol en tu sangre antes de acercarte a hablar con una chica. Porque, si una mujer te rechaza, significa que está rechazando tu ser; en términos biológicos:
No solo está rechazándote como persona, está rechazando tus genes, los está calificando como defectuosos. No está diciendo: «No quiero bailar, o no quiero hablar contigo.» Está diciendo: «No voy a aparearme contigo, bajo ninguna circunstancia, porque eres un espécimen defectuoso de mi especie».
Claro que no quieres escuchar eso; si en verdad eres un espécimen defectuoso de tu especie, significa que no vas a tener descendencia, tus genes defectuosos van a morir contigo. Es decir, no solo mueres, sino que mueres para siempre. Todo eso está pasando en tu cerebro cuando una mujer te rechaza.
Tu centro inhibitorio te está protegiendo de esta muerte simbólica, obligándote a la parálisis antes de que puedas hablarle a esa chica al otro lado del bar.
¿Quién en su sano juicio querría enfrentarse a eso?
Esa es la misma parálisis de un escritor frente a una hoja en blanco.
Si rechazan tus escritos están al mismo tiempo rechazando tu ser. Un escritor sacrifica su vida entera para escribir, dejan su trabajo o trabajan el doble, no tienen tiempo de cultivar una relación sentimental, lo que significa que va a estar solo el resto de su vida, si por algún azar del universo resulta que es el elegido para publicar su novela, nada garantiza que ese libro vaya a venderse para que pueda solucionar sus problemas económicos.
La verdad es que están condenados a una vida corta de sufrimiento o una vida larga de remordimientos. Y otra vez, ¿Quién mierda va a querer hacer eso con su vida? ¿Por qué querrías saltar al vacío desde un avión, sabiendo que hay 90 por ciento de probabilidades de que ese paracaídas no se abra? Un escritor ante una hoja en blanco se está enfrentando al vacío de su ignorancia y estupidez.
Y, si todo esto es lo que tu centro inhibitorio te está gritando mientras miras esa hoja en blanco, ¿No crees que mandarlo a callar con un buen desinhibidor sería una excelente idea?
Por eso hay una larga lista de alcohólicos entre los grandes maestros de la literatura:
Tennessee Williams, Dorothy Parker, Lord Byron, Jack Kerouac, Esquilo, Edgar Allan Poe, Charles Bukowski, Ernest Hemingway, etc.
Pero Schiller dio un paso adelante: Tal vez no inventó la píldora para el bloqueo de escritor, pero definitivamente estuvo cerca.
Su amigo Goethe creía que solo era un hábito tonto y Schiller nunca dejó documentación de que su ritual haya sido producto de una investigación científica. Sin embargo, es posible que no haya sido producto del azar.
Como todo buen filósofo Schiller debe haber devorado todos los libros importantes de su época, sobre todo si se trataba de filósofos alemanes. Entre esos se debió topar con un libro llamado Physica Subterránea del filósofo Johann Joachim Becher, que es uno de los pioneros de la química y, sobre lo que nos incumbe, el primero en descubrir el Etileno (Sí, el gas de las manzanas podridas).
Además, en su juventud, Schiller formó parte del movimiento Sturm und Drang (tormenta y estrés) cuya literatura está basada en la exageración de las emociones.
Fue una reacción a la era de la razón, que daba más importancia a los pensamientos lógicos. Los miembros de este movimiento creían que la intelectualidad limitaba el arte y era una característica de la aristocracia.
Sus obras buscaban exaltar las cosas naturales, humildes o intensamente reales, sobre todo el dolor, el tormento y el miedo. Mientras formó parte de este movimiento, Schiller escribió su obra Die Räuber, que es considerada el inicio del melodrama.
Es posible que Schiller haya estado experimentando esas emociones intensas en su propio cuerpo. Tratándolas como una extensión que debía plasmarse en su método de escritura.
Para eso necesitaba llevar su propio cuerpo y mente hasta los extremos, torturándose en el proceso.
Por ejemplo, a Descartes se le ocurrió la base del método científico en este estado, Thomas Edison se desvelaba en la noche para estar somnoliento en el día y poder llegar a alucinación hipnagógica frecuentemente, así se le ocurrieron miles de ideas que patentó. (Y sí, tal vez otras simplemente las robó, pero hasta para ese no es el punto aquí)
Entonces ¿Debes convertirte en un alcohólico o drogadicto aspirador de Etileno para ser un buen escritor? La respuesta corta es sí.
La respuesta larga es que no es necesario que seas un borracho o inventes un elaborado proceso de drogadicción para entrar a un estado creativo. Al menos no si no quieres arruinar tu vida.
Puedes usar la experiencia de Schiller para entender que tu propio cerebro te va juzgar, va a pelear contra ti, paralizándote para que no escribas. Tu cerebro no quiere que hagas el ridículo, no se quiere enfrentar al rechazo. Tienes que vencer esta barrera cada día sin los atajos de una droga.
Las drogas son solo poderosas extensiones de neurotransmisores que ya existen en tu cerebro. Por eso la única forma de superarlas suele ser suprimir esos neurotransmisores mediante la creación de una personalidad protectora que enfoca su atención en una religión.
No por la parte espiritual o charlatana, dependiendo de como juzgues la religión, sino por la parte ritualista, que es la que Schiller estaba usando.
Creando un ritual de escritura, una serie de hábitos que sigues a lo largo de tu proceso de escritura, vas a estar más cerca de vencer a la hoja en blanco.
Puede ser que te inyectes ocho dosis de heroína o que te santigües veinticinco veces mientras saltas en una pierna antes de empezar a escribir. No importa, ningún ritual puede ser más estúpido que la inhalación sistemática de manzanas podridas de Schiller. Mientras mantengas ese hábito cada día, sin falta durante el resto de tu vida, vas a estar bien.
Y si tienes suerte, vives 40 años como él (el promedio de vida de un drogadicto) y dejas sobre tu tumba una obra vasta.
Y aunque no vivas para escucharlo, el próximo Beethoven va a usar uno de tus poemas para su novena sinfonía:
«Sí, incluso si una sola alma él nombra
La suya en todo el mundo.
Pero el que ha fallado
Debe desaparecer, llorando y solitario.
Gozosos, como los soles de velocidad
A través de los enromes espacios celestes,
Apresuraos, hermanos, en su camino,
Alegremente, como el héroe hacia la victoria.
¿Puedes sentir el Creador, mundo?
Búscalo sobre la bóveda estrellada.
Por encima de las estrellas, habita él.»